El escritor argentino Jorge Luis Borges negó la existencia del tiempo. O 
al menos el hecho de ser uno solo el que compartamos todas las personas, o 
que el mismo transcurra linealmente. Agradable ficción. Metafísica de un 
genial pero inadaptado sudamericano, quizás. Pero hay un día que voy 
sintiendo como el mismo desde hace ya muchos años, tantos que mi primer 
recuerdo es apenas en blanco y negro, como esas películas silentes, a las 
que no es que les falte el sonido, sino que tienen el silencio.
Para más satisfacción de Borges, no importa exactamente qué día marque el 
almanaque, siempre lo recuerdo bajo una misma y nostálgica fecha: primero 
de septiembre. No importa las "mudanzas" de esa segunda piel que fue el 
uniforme, como si de un reptil se tratase, o que paulatinamente me haya 
desprendido de jabitas de la merienda, pañoletas, becas y terminales de 
ómnibus. Todos son uno solo: un día que representa todos los días lectivos 
de mi vida, el rostro de un maestro que es el rostro de todos los maestros 
que he tenido y tendré, la misma sensación de grumete primerizo reciclada 
en cada comienzo.
Ahora, sin embargo, todo apunta a que tendré que ir desprendiéndome de tan 
compañera costumbre e ir poniendo en hora mis despertadores, incluyo al 
biológico, puesto que septiembre cambia una vez más la dinámica de los que 
(re)comenzamos  una nueva etapa bajo ese confuso y burocrático nombre de 
"adiestrados", cuando en realidad no somos más que "aterrados": ante las 
nuevas responsabilidades, los malabares del primer salario, los rostros de 
nuestros "jefes". Nos convertimos en un mar de dudas justo después de que 
nuestras tesis nos elevaran el ego por las nubes y nos creyéramos 
capacitados para pontificar sobre todo a nuestro alrededor. Pero por 
suerte llegó noveno mes del año a poner todo en orden.
Septiembre conjura las nostalgias (o debiera decir la Nostalgia, la que 
simboliza a todas las nostalgias de nuestras vidas, juntas) de los que 
recién hemos terminado una parte importante de nuestra formación, que no 
la última. Ahora, que como tortugas tendidos  sobre nuestros caparazones, 
intentamos echar a andar.

 
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