En mi familia cultivan una rara especialidad: o nacen enanos, como yo, o 
con estampa de colosos, cual mi abuelo, una bola de músculos, obrero de 
central, de seis pies, quien quizás no pudiese entrar por la puerta de mi 
actual apartamento.
Mis familiares -atemorizados, claro está, tras sus amenazadoras  espaldas-  
lo trataban con un sobrenombre que mucho decía. Así, en aquel entorno 
íntimo, la gente preguntaba: "¿Desayunó ya hoy El Terrorista?".
Anduvo fundando fallidos soviets y se le vio al frente de una Comisión de 
Estacas, que tuvo en prisión domiciliaria al administrador del central 
perteneciente a la United Fruit Company, la torva Mamita Yunái.
Cuando yo era un niñito, con ternura, me explicó cómo se preparaba una 
bomba.
Pero no era ésa su especialidad. Alguna tarde, en su casona de Banes, me 
la explicó: "Argelín, en la Revolución del 30, lo que más nos gustaba era 
descarrilar trenes de la Guardia Rural. Era importante escoger el lugar 
del hecho, entre dos pequeños promontorios. Salían los sobrevivientes, 
después del descarrilamiento, medio atontados. Y los cazábamos los 
francotiradores que estábamos en las dos lomitas".
Detalle interesante: El Abuelo  hablaba como en un susurro.
Igual que Mi Viejo, quien estaría destinado a ser uno de los hombres de 
Frank País.
*ARGELIO SANTIESTEBAN (Banes, Cuba, 1945). Periodista y escritor. Recibió 
el Premio Nacional de la Crítica por su libro El habla popular cubana de 
hoy.
 
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